viernes, 3 de julio de 2009

La fe no excluye el concepto de patria, lo fortalece

Santa Fe, 3 Jul. 09 (AICA)
La fe en Dios, que es Padre de todos los hombres, nos da la conciencia de una fraternidad universal que va más allá de los límites de una nación. Todo hombre es mi hermano es el primer principio de la moral social, por ello el respeto que debemos al inmigrante. Sin embargo esta universalidad de la fe no excluye el concepto de pertenencia y de patria, por el contrario lo fortalece”, destacó el arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, monseñor José María Arancedo, en su reflexión semanal por radio.
El prelado explicó que “la fe tiene un anclaje en lo concreto del lugar que he nacido. La fe, si bien es un don de Dios y se dirige a él, ella se encarna, se la vive desde lo propio de cada hombre. Por ello la fe, tal cual la hemos conocido de Jesucristo, nos debe llevar a amar y a trabajar por el bien de nuestra patria”.
Recordó en este sentido que “Jesucristo es Hijo de Dios de un modo único y personal, pero nació para nosotros de la Virgen María en un país, era judío. Esta realidad histórica de su nacimiento no lo encerró en los límites de una nación porque él vino para todos, testimonio de esto es la presencia de cristianos en diversas razas y regiones del mundo”.
“Pero este universalismo de Jesús no significaba para Él no amar y tener lazos especiales de pertenencia con el pueblo judío. El Evangelio nos dice que Jesús lloró por Jerusalén, su patria, porque la amaba, se sentía parte de ella”, indicó.
El prelado señaló que en la fiesta del Corpus Christi preguntó si los argentinos también no deberíamos llorar por la patria, como lo hizo Jesús, como una “crítica al estado actual de pobreza y marginalidad, de violencia, inseguridad y droga en que vivimos”, pero también como “un llamado a salir de esta situación que deteriora la dignidad del hombre y que nos tiene a los argentinos como principales responsables”.
Monseñor Arancedo puntualizó que “llorar es un acto noble que nos habla de dolor, de sensibilidad y cercanía hacia aquello por lo que lloramos; pero también es comienzo de conversión, de cambio de actitud y de compromiso para empezar algo nuevo o modificar lo que estaba equivocado. Esto supone una actitud de humildad para reconocer errores, pero también de esperanza para ver el futuro como un desafío al que nos debemos sentir llamados”.
“Por ello, el llorar lejos de ser un acto que nos ata al pasado o nos paraliza es, por el contrario, un principio que nos renueva y nos devuelve la alegría de nuestra identidad para emprender un camino de superación sea en nuestra vida como en la sociedad”, concluyó.+


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