domingo, 9 de agosto de 2009

Unir la verdad y la caridad

Editorial II - Diario La Nación
Domingo 2 de agosto de 2009 Publicado en edición impresa

Una sociedad globalizada nos hace cada vez más cercanos, pero no cada vez más unidos, según la última encíclica papal

El papa Benedicto XVI dio a conocer semanas atrás el texto de su encíclica Caritas in Veritate (Caridad en la v erdad), en la cual construye y propone la gran síntesis humanista que, a su juicio, resulta necesaria para superar los desafíos de la globalización y para iluminar el camino que conduce al desarrollo pleno de los hombres y de los pueblos.

Se trata de la primera carta documento de carácter social que produce el papa Ratzinger. Fue concebida y escrita para conmemorar los cuarenta años de la publicación de Populorum Progressio, la encíclica que Pablo VI dio a conocer en 1967, con el fin de arrojar luz sobre el siempre polémico tema del desarrollo de los pueblos.

Según la nueva encíclica, la caridad -es decir, el amor al prójimo en su manifestación más completa y cotidiana- es la gran vía maestra que nos introduce de lleno en el cuerpo armonioso de la doctrina social de la Iglesia. Nadie duda de que la caridad debe ser defendida y fortalecida de todas las maneras posibles. Pero es indudable también que a la caridad se la potencia e ilumina cuando se la une con la verdad, tarea que el Papa considera ineludible en un mundo como el de hoy, fuertemente inclinado a relativizar los valores o a desentenderse de ellos.

"Sin verdad, la caridad cae en un mero sentimentalismo", se afirma en un pasaje del flamante documento. A esos dos conceptos rectores se suman, en la visión que propone la encíclica, otros dos principios de rigurosa e ineludible vigencia: la justicia y el bien común.

A lo largo de la historia, asegura el texto, los hombres pensaron muchas veces que la creación e instrumentación de ciertas instituciones básicas era suficiente para garantizarle a la humanidad el avance sin desviaciones hacia esa meta fundamental que es el desarrollo de los pueblos. Pero las instituciones no bastan, asegura hoy el Papa, ya que el desarrollo humano integral es, ante todo, fruto de una vocación interior y requiere por lo tanto que los hombres asuman libre y solidariamente determinadas y concretas responsabilidades. Eso es lo que legitima, según el texto papal, la intervención de la Iglesia en la problemática del desarrollo.

Decir que el desarrollo es la respuesta a una "vocación" equivale a reconocer que nace, en lo más profundo, de un humanismo trascendente en el que está reflejada y contenida la esencia misma de la vida. La encíclica se refiere a este tema con palabras verdaderamente iluminadoras: "Una sociedad cada vez más globalizada nos hace cada vez más cercanos, pero no cada vez más unidos. La razón por sí sola es capaz de imponer la igualdad entre los hombres, pero no es suficiente para fundar la hermandad".

También analiza en profundidad los cambios producidos en la cultura y en la economía. Al amparo de la globalización, algunas regiones lograron superar el subdesarrollo, lo que demuestra que a veces los cambios ofrecen oportunidades positivas. Sin embargo, si se mira el escenario global desde la óptica de la "caridad en la verdad", estos vuelcos a escala planetaria encierran, por lo general, graves riesgos, a la vez que crean nuevas y dolorosas divisiones en la familia humana. Ante esos peligros, la respuesta adecuada consiste en interpelar a la razón y tratar de encontrar las dinámicas correspondientes en la perspectiva de la llamada "civilización del amor", como el propio Pablo VI lo sugería.

Este rico y extenso documento contiene muchas otras lecturas de la realidad lúcidas y valiosas, que el mundo no debiera desaprovechar. La encíclica se ocupa, entre otras cosas, de subrayar el valor y la importancia que adquiere la justicia distributiva para todos los hombres y para todos los pueblos, pero también para la eficacia de los propios sistemas institucionales ligados a la suerte de las economías de mercado. Sin formas internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función económica. "No hay desarrollo pleno ni existe un bien común universal sin el bien espiritual y moral de las personas", señala la encíclica, que reclama "ojos nuevos" y "corazones nuevos" para superar la visión materialista que muchos alientan de los acontecimientos humanos. Pide que las personas se acostumbren a vislumbrar en las cuestiones del desarrollo ese "algo más" que la técnica sola no puede ofrecer. Y pide, por último, la fuerza, la esperanza y la alegría que hacen falta para continuar luchando por el desarrollo "de todo el hombre y de todos los hombres".

Más allá de su rigurosa fidelidad al espíritu y a la inspiración religiosa propias de un documento eclesial de tan alto rango, la encíclica constituye ya un instrumento de imprescindible consulta en lo que concierne y toca a la realidad social, económica y política que envuelve al hombre de nuestro tiempo.

http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1157543

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